Primer museo vaticano. Fundado por el Papa Clemente XIV
Es 30 de diciembre. El impresor está en
el Museo del Vaticano. No es la primera vez que lo visita. Varias veces ha
dispuesto su tiempo para recorrerlo y apreciarlo, pero nunca se ha sentido satisfecho.
No tiene prisa. Le gusta detenerse y contemplar, buscar detalles, tomar notas y
dejarse llevar por las imágenes. Para eso ha vuelto hoy, aunque tenga que
retornar otro día a sus salas y al largo corredor cerrado que las precede, el
corredor por donde está la maravillosa entrada a la Capilla Sixtina.
Con permiso del centinela, el impresor ya está
dentro de la enorme sala que da paso a las habitaciones del Papa. Por su
costumbre de ir calculando medidas, le atribuye al salón una longitud de 30
varas y una latitud de 15. En cuanto a muebles, sólo apuntará en su diario,
unos bancos de madera sin espaldar, contra las paredes. Ahora mira por una
ventana el camino cubierto por el que Su Santidad suele trasladarse al Castillo de Sant'Angelo.
De pronto, una visión inesperada. El Pontífice
ha bajado de sus habitaciones y atraviesa un corredor, rumbo a la rampa que lo
llevará a su coche. El impresor, que es un exiliado venezolano al que no le
gusta perder detalles, observa la capa, el sombrero encarnado y la túnica
blanca. Se percata de que sólo dos eclesiásticos vestidos de negro lo acompañan,
y de que tres alabarderos preceden su salida. Preciso como es, el caraqueño cuenta
las 35 gradas de cada escalera (cinco en total) que debe descender el Papa para
llegar hasta la calle y compadece a Su Santidad.
Mañana, 31 de diciembre, lo verá de cerca en la
hermosa iglesia de Jesús, en la función del Santísimo, a la que asistirá también
el rey de Nápoles con su familia y con una hermana de la reina de España.
Cuando salgan los Cardenales, con sus capas encarnadas, tras de ellos vendrá el
Papa, de blanco, con una muceta de terciopelo rojo, de oro bordada. Ahí podrá
verlo -de acuerdo a su mensura- a sólo dos varas de distancia. Alzará su mano
para recibir la bendición y el Sumo Pontífice se la dará. Después habrá de
anotar que el Papa no le pareció tan arrogante como la primera vez que lo vio, en
su solio, en la Capilla Sixtina.
“No es alto, tiene el cuello corto, la nariz
deprimida y muy levantado el vientre”, dirá en su diario el impresor. Detrás
saldrá el rey de Nápoles, quien no hace mucho le dio asilo al Papa, con motivo
de las revueltas contra los Estados Pontificios. Al primero, la infantería, tras presentarle
armas, se pondrá de rodillas. Cuando salga el rey, sólo tendrá las armas al
hombro.
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El Papa es Pio Nono, y el impresor, Valentín
Espinal, un gran venezolano del siglo XIX, exiliado en Europa por las
intemperancias de los bandos que asolaban su patria en tiempos de la Guerra
Federal.
Terminaba el año 1861.
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