Provenientes de las más diversas religiones y
tendencias, he leído en los medios y en las redes, firmes, dolidos y necesarios
mensajes de condena a la espantosa carnicería de París. Para quienes defendemos
el valor y el ejercicio efectivo de la convivencia, es natural indignarse
frente a estas terribles irrupciones de la barbarie. Lastimosamente, también he
visto algunas expresiones de aparente xenofobia que ojalá no prendan en ciertos
desaprensivos, para quienes la tolerancia quizá no sea más que una consigna
impuesta por la “corrección política” y no un modo digno de compartir con todos
esta difícil residencia en la tierra. El tolerante dialoga, y como escribió
Claudio Magris, su diálogo comporta ponerse a sí mismo en tela de juicio, antes
de enjuiciar a los demás. A la intolerancia de los Hunos -diría Belén Burgos, unamunianamente-
no debe responderse con la de los Hotros. Estaríamos alimentando la barbarie.
Hoy volví a las páginas de La historia no ha terminado,
de Claudio Magris. Releyendo el primer ensayo de ese libro (Las fronteras del diálogo), sentí la
resonancia de estos párrafos cuyo contenido adhiero:
“Cuando un
Dios habla a nuestro corazón –como dice la Ifigenia de Goethe, oponiéndose a la
bárbara costumbre de los sacrificios humanos- hace falta estar dispuestos a
seguirlo a toda costa, pero sólo tras haberse preguntado con la máxima lucidez
posible si quien ha hablado es un Dios universal o bien un ídolo de nuestros
oscuros torbellinos interiores”
--
“Los
crecientes contactos entre pueblos y culturas distintas, destinadas a aumentar,
constituyen un enriquecimiento vital, pero son susceptibles de crear
situaciones difíciles, en las que el dilema entre el debido relativismo
cultural y la afirmación de los valores irrenunciables podrá plantearse
dramáticamente. Las gentes procedentes de otras culturas tendrán que hacerse
europeas conservando sus peculiaridades, sin ser brutalmente homologadas a
nuestro modelo. Sólo si Europa es capaz de llevar a cabo con firmeza este
cometido, seguirá desempeñando, de una forma nueva, el importante papel que ha
desempeñado en la historia del mundo”.
--
Si retocamos la socarrona frase de Enrique IV,
podríamos decir con dolor, que bien valen hoy varias misas por París.
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