Irene Papas en Electra, de Cacoyannis
Cinco de la mañana. Leo en el Reloj
de Atenas, de Jaime García Terrés, unas palabras que su amigo griego Aléxandros
le dijo en París, en 1967, poco después del golpe de los coroneles:
“El
verdadero sentimiento trágico no es pesimista. Más allá del terror y de la
autocompasión está la inmensa, la profunda alegría de vivir”.
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Pienso que a veces decimos “tragedia griega”
ignorando la tragedia griega, a la que el joven Roland Barthes se refirió en
estos términos:
“La
tragedia es la más grande escuela de estilo; enseña más a despojar que a
construir, más a interpretar el drama humano que a representarlo, más a
merecerlo que a soportarlo (…). Para merecer la tragedia es necesario que el
alma colectiva del público haya alcanzado un cierto grado de cultura, es decir no
de saber, sino de estilo.
(…)
No todos
los pueblos, ni todas las épocas, son igualmente dignos de vivir una tragedia”.
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Del Reloj a los poemas del autor. Comparto
uno:
Sazón del
alba
Si no todos los libros
cuando menos
he leído decenas, cientos, mil,
y no lo digo, no,
por vanidad,
muy al contrario:
después de tantos piélagos de letras
en el sistema vascular
adquiérense deberes máximos
y apenas el derecho
mínimo
a preguntarse con delicadeza
cuántas calladas horas
faltan aún por reconocer
el fruto verdadero,
los prístinos ecos de la lectura
sazonados aprisa por un amanecer.
Jaime García Terrés, La casa por la ventana.
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