Octavio Paz y José Revueltas, amistad y diferencias
Quiso el destino que el centenario de José
Revueltas coincidiera con la develación de nuevos horrores en su patria. Lo de
“nuevos” es un decir, porque bien sabemos que son los mismos que combatió toda
su vida y que mantienen abierta una profunda herida en el alma mexicana. Revueltas,
que acompañó en 1968 a los estudiantes del DF, cumplió cien años poco después
de comprobarse la matanza de 43 alumnos de la Escuela Normal de Ayotzinapa. Si todavía
se le leyera, su sólo apellido volvería a ser una proclama de combate. Creo,
además, que no hay razones para que no lo sea, porque si alguien conoció y
escribió sobre el infierno, con vigor y lucidez, fue él. En un estupendo
artículo (“Yo sé leer”) acerca de la violencia en Guerrero, Juan Villoro refirió
hace pocos días que el pasado mes de septiembre fue a Acapulco a dar una
conferencia, precisamente, sobre José Revueltas. Creo que con nombrarlo apenas,
recordó una tradición de resistencia que nunca ha cesado en Guerrero.
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“¡Bujarin no!”, dicen que exclamó el joven
Octavio Paz cuando se enteró de que el famoso disidente había sido ejecutado.
Frente al fiscal estalinista, afirman que Bujarin se comportó como un personaje
de Dostoievski, capaz de abogar por una “verdad histórica” que también diera
cuenta de los desacuerdos. Pero los credos son tozudos y sólo admiten réplicas
como la de Vichinsky: “No se moleste en hablar de la historia, acusado Bujarin.
La historia misma recogerá lo que será interesante para la historia”. Una
década después, José Revueltas en su novela Los días terrenales (1949),
volverá a Bujarin como voz acusadora de los sectarismos.
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Debo tener por ahí el ejemplar del Papel
Literario de ese domingo de 1968, pero no estoy ahora para búsquedas
arqueológicas en mi biblioteca. Por fortuna, la entrevista fue recogida en un
libro que reúne varias conversaciones con el autor centenario, y he podido
releerla. De la primera lectura mi memoria conserva el entusiasmo con que fui a
comentar con mis amigos Raúl Piña y Luis Urdaneta la tesis del “proletariado
sin cabeza”, que Revueltas esbozaba en su incitante charla con María Josefina
Tejera, al referirse al dogmatismo de los partidos comunistas de Latinoamérica.
Eran tiempos de fervor y rebeliones, como bien lo indica la fecha mencionada, y
nada más atractivo para uno que el debate político en la izquierda. Siguiéndole
la pista al entrevistado, a los pocos meses me enteré de su prisión en
Lecumberri, la última que tuvo en su largo historial de perseguido.
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Revueltas leyó matices y cultivó diferencias
dentro de una corriente ideológica proclive a la prédica inconcusa. Vivió la
ilusión y sufrió el desencanto. Fue atacado por los comisarios, y no resultó
extraño verlo coincidir con Octavio Paz, para enfrentar a los fanáticos de
cualquier lado. Como se sabe, los fanatismos tienen un origen común: el
espíritu faccioso. Paz y Revueltas combatieron, con su acción y su pluma, esa
peste exasperada. Uno, en la acera de enfrente. El otro, en la casa del
ahorcado.
Nacieron el mismo año y fueron amigos. Aquí me
detengo. Ninguno usó la diferencia política como excusa para enfriar un vínculo
profundo. Por el contrario, la amistad fue la base de un diálogo que reforzó
valores permanentes, por encima de ambiciones personales o de compromisos provisorios.
Claro, había afecto. Y eso es mucho, máxime en tiempos de querellas. Una
conocida carta que Revueltas le envía a Paz desde Lecumberri, en 1969, es una
prueba hermosa, no sólo de fraternidad, sino también de respeto intelectual. En
ella, Revueltas le habla de un joven compañero preso, que pasa sus días aprendiéndose
de memoria unos poemas. Le precisa: Martín
Dozal lee a Octavio Paz; tus poemas, Octavio, tus ensayos, los lee, los repasa
y luego medita largamente, te ama largamente, te reflexiona. Aquí en la cárcel
todos reflexionamos a Octavio Paz, todos estos jóvenes de México te piensan,
Octavio, y repiten los mismos sueños de tu vigilia.
“Te ama largamente”. No es una frase que escriba
cualquiera. Lo demás, tampoco. Menos aún, esa terrible maravilla que se llama El apando,
suficiente para convertir a Revueltas en el más incómodo clásico de las letras
mexicanas.
(Con el título Cien Revueltas, este artículo fue publicado ayer, 18-01-15, en el Papel Literario, El Nacional)
Acá también hay un gazapo, la letra L fue secuestrada: "proclive a la prédica inconcusa".
ResponderBorrarMuchas gracias, Edgard. No es un gazapo. Te copio lo que dice el diccionario:
ResponderBorrar"inconcuso, sa. (Del lat. inconcussus). 1. adj. Firme, sin duda ni contradicción".
Agradezco tu atención y tu lectura. Un abrazo.