martes, 12 de mayo de 2015

Ortega y Gasset y la democracia


Los dos Ortega. El filósofo y el torero Domingo, toreando al alimón en Navalcaide


Tomo un libro de la biblioteca y busco unas páginas leídas hace mucho tiempo. Son unos párrafos sobre la democracia que he estado recordando estos días y que probablemente mi memoria ha erosionado un tanto. Los leo ahora con igual admiración, pero con menos aprensiones que la primera vez. Recuerdo que en esa oportunidad me querellé con el autor, no por sus reflexiones discutibles y espléndidas, sino por cierto retintín aristocrático que creí percibir en sus giros más punzantes. Pero el tiempo pasa y la relectura me permite ahora el deleite pleno al que antes me negué. Hoy puedo apreciar la faena completa sin que me incordien algunas frases deliberadamente encarnizadas contra el “plebeyismo”. 
 

Disfruto de las verónicas y de las banderillas a media vuelta, de los engaños, quiebros y pases de muleta, así como de la infalible estocada a toro recibido que pone fin a una página radiante. Sin duda, me gusta la tauromaquia literaria que este autor ejercía con estilo inigualable. Con ella podría dar por satisfecha mi sana exhumación bibliográfica, pero hay algo más. Hay una meditación política y social que me atrae por su intemporal beligerancia. Podría citar in extenso para compartirla con los lectores, pero tal vez sea más apropiado tratar de resumirla. Lo hago.
 

El autor escribe en 1916 y lamenta el descenso de la cortesía que Europa ha venido padeciendo. Se siente acosado por la indecencia, las discordias y los linchamientos. Valora y defiende la democracia, pero recusa la generalización brutal y automática de las barbaridades. Considera que tener iguales derechos no comporta haber alcanzado idénticas cualidades personales. Se adelanta en varios años a Enrique Santos Discépolo y escribe su propio Cambalache, porque está convencido de que no es lo mismo “ser derecho que traidor” y que nada mejor para la justicia que discurrir en el desafiante terreno de la diversidad. No pierde de vista la degeneración en que se puede incurrir cuando la democracia no está acompañada de un esfuerzo educativo que vaya más allá de las proclamas de que todos somos “educados”, “licenciados” o “doctores”. Sabe que la cultura no la otorgan los títulos y que las virtudes no se adquieren en las filas del sectarismo político. Percibe la crisis que adviene cuando la gente se percata de que los decretos de “felicidad” son ilusorios. Advierte, además, que el desengaño reforzará a los resentidos que no pueden adquirir ni talento ni sensibilidad ni delicadeza, por fuerza de resolución alguna. Los ve como periodistas, profesores y políticos, sin moral y sin luces, integrando con sus reconcomios funestos el Estado Mayor de la Envidia. La secreción de los enconos pasa a ser, según nuestro autor, lo que en su tiempo llamaban “opinión pública” o lo que algunos estimaban como “democracia”.
 

Ortega, porque de él se trata, amonestó temprano a los fanáticos de todo pelaje. Sabía que de la intolerancia a los desmanes no había más que un paso y que la falta de discusión malogra los proyectos de cambio. Quince años después del referido artículo fue un entusiasta del proceso republicano, pero también una de las primeras voces críticas cuando la voluntad de no convivir encendió la refriega entre los suyos. Un día llegó a afirmar: “¡No es esto! ¡No es esto!”. Y lo dijo a tiempo. Lastimosamente nadie lo escuchó.
 

Puedo seguir estando en desacuerdo con Ortega en muchas cosas, pero declaro que cualquier similitud que alguien encuentre en las líneas anteriores con algunas realidades actuales, no es pura coincidencia.
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(Rescato este artículo de hace cinco años, porque el pasado 6 de mayo Teodoro Petkoff recibió, por su trayectoria periodística, el prestigioso Premio "Ortega y Gasset". Mucho tiene que ver esa distinción con lo que Ortega dijo acerca de la "democracia morbosa", comentada en las líneas que anteceden. 

Teodoro no pudo ir a retirar el premio pues sobre él pesa una prohibición de salida del país, dictada dentro de un insólito proceso judicial que en su contra inició el presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, en una de las muchas muestras de acción fanática y sumaria que ha sufrido el país en estos tiempos.

La valentía y la calidad que Teodoro le ha aportado a la prensa libre venezolana durante los últimos quince años, fundadas en una vida dedicada a la lucha por la democracia en Venezuela, fueron razones fundamentales para el reconocimiento. El ex presidente español Felipe González lo representó en la ceremonia y Mario Vargas Llosa hizo sobre él una vibrante y certera semblanza. Creo que esas intervenciones fueron, de alguna manera, significativas rúbricas del oportuno y justo premio.

El "Ortega y Gasset" de este año, no sólo le hizo honor a su epónimo. También comportó un vigoroso aliento a la resistencia democrática en Venezuela)

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