martes, 24 de noviembre de 2015

La fuerza civil de Rómulo Gallegos


 
Seis de la mañana. Al poner la fecha, lo recordé y busqué la cita. Fue un día como hoy:  

Por la plaza de El Silencio –del silencio y de la soledad esa tarde- por donde se me hizo pasar, tal vez para que recordara aquello de ‘así pasan las glorias del mundo’, atravesé en la mejor compañía: la de mí mismo, sin amarguras de tiempo perdido… Días después, un querido amigo mío terminaba su vida murmurando: ‘¡Lo dejaron solo, lo dejaron solo!”. 

Es Rómulo Gallegos, en una carta a Alberto Ravell.  

El gobierno legítimo, “respaldado por una inmensa fuerza moral, tiene plena confianza en que las Fuerzas Armadas leales cumplirán con su deber, manteniendo el orden y garantizando los derechos del pueblo”, había dicho el Secretario General de la Presidencia, Gonzalo Barrios, al mediodía de la víspera.  

Hoy, 24, se cumplen 67 años del día fúnebre (Liscano dixit) en que el presidente civil fue depuesto por los militares. Otro escritor, Antonio Arráiz, un barquisimetano inmenso, se iría del país en exilio voluntario. Habían vuelto los bárbaros.  

Aunque muchas veces esté sola, la fuerza moral de Rómulo Gallegos permanece. Hoy la recordamos.

domingo, 22 de noviembre de 2015

El "mundo fashion" y la blusa de Oaxaca


Susana Harp con la blusa de Oaxaca
 
Por unos enlaces que me pasó ayer Luisana, leo que la diseñadora de modas Isabel Marant registró como suya la blusa de Santa María de Tlahuitoltepec, que, además, de ser una pieza tradicional de la indumentaria de Oaxaca, representa un valioso signo cultural.  

Marant no sólo habría plagiado un diseño que es patrimonio colectivo, sino que también pretendería contraponer el registro de su marca, frente a los derechos que sobre tal indumento, detenta, in illo tempore, la referida comunidad mexicana. Merced a ese abusivo criterio de propiedad intelectual, elaborado varios siglos después de que la cultura oaxaqueña diseñara la hermosa cota, los artesanos de Santa María de Tlahuitoltepec, por carecer de “patente”, para seguir produciendo sus propias blusas tendrían que pagarle a Isabel Marant las correspondientes "regalías".  

De ser efectivamente así cuanto acá comento, la avilantez del “mundo fashion” habría sobrepasado todos los límites.  

Punto más o punto menos, lo cierto es que el caso ha provocado la justa reacción de los artesanos de Santa María de Tlahuitoltepec y debería generar también un debate que amplíe la difusión de las normas que el derecho internacional ha venido aprobando en las últimas décadas para proteger el patrimonio cultural tangible e intangible, aparte de aquellas orientadas específicamente a salvaguardar a los pueblos indígenas.  

Desde hace poco menos de una década está vigente la Convención sobre la Protección y Promoción de la Diversidad de las Expresiones Culturales, de cuyos preceptos no están excluidos ni Francia ni México. Uno de sus lineamientos establece que, con independencia de su lícito aprovechamiento económico, los bienes de la cultura son bienes del espíritu y no simples mercancías. Todos, incluidos los diseñadores franceses, deberíamos saber que el ámbito de la cultura y sus productos auténticos, no es el de la Organización Mundial del Comercio ni el de los tratados o acuerdos de intercambio mercantil.  

De suyo, ya es irritante que alguien copie con descaro, o que, sin copiar, no indique las fuentes de su presunta “inspiración”. Más lo es alegar uso exclusivo de un diseño plagiado, por haber tenido la pícara “precaución” de registrarlo. 

Por encima de esa “astucia”, hay algo que subleva más: el desconocimiento que existe acerca de los avances -no tan recientes- de los derechos culturales. Las normas para hacer valer la blusa de Oaxaca, como patrimonio de Santa María de Tlahuitoltepec están ahí. Ojalá este caso sirva para activarlas y se produzca un sólido precedente en la defensa de las muchas culturas, vivas y diversas, que existen en el mundo.

sábado, 14 de noviembre de 2015

Árbol de la libertad


Delacroix

Después de sembrarlo y de ponerle al árbol una gorra jacobina, los jóvenes cantaron dos veces la famosa canción del capitán Rouget: la Marsellesa. Antes de hacerlo en la traducción del menor del grupo, la cantaron en el idioma original. La escena es legendaria. Corresponde al 14 de julio de 1793, en Tübingen. Los jóvenes se llamaban Hegel, Hölderlin y Schelling.  

Hoy, en medio del dolor y de la indignacion, para decirlo con palabras de un admirable mexicano: todos somos contemporáneos de ese gesto.
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