La retama sobre el Vesubio. Foto de Gennaro Cera
En un estupendo texto sobre el mal y el sufrimiento en Leopardi, Remo Bodei formula, a partir del poema La retama o la flor del desierto, la posibilidad de una alianza entre la poesía y la política, una especie de “política poiética” que permita lo que bellamente llamó el poeta-filósofo de Recanati, “el conversar ciudadano”. Para aproximarse a ese estadio, la filosofía y la política deben “poetizarse” y la poesía hacerse un poco más proclive a la “verdad”. Ni las primeras tienen por qué perder sus razones ni la segunda sus lazos afectivos.
Algo parecido, pero sin pedirle nada la poesía,
propuso Octavio Paz en La otra voz y
en algunas entrevistas, al plantear que una nueva filosofía política, puestos
sus oídos en los poetas, podría recordar “ciertas realidades enterradas,
resucitarlas y presentarlas” de un modo distinto para conciliarnos con un viejo
y preterido valor ilustrado: la fraternidad.
La poesía, que nunca demuestra (sólo muestra),
sugiere o inspira horizontes que pocas veces vislumbramos. Paz pone como
ejemplo a la misma operación poética: “Todas las formas… y todas las figuras de
lenguaje poseen un rasgo en común: buscan y, con frecuencia, descubren
semejanzas ocultas entre objetos diferentes”.
Leopardi, cuando reflexiona frente a la
imponente naturaleza del Vesubio, aboga por un saber auténtico que restablezca
el recto y sincero “conversar cittadino”. Así, la “piedad y la justicia” podrán
tener otras raíces, ajenas a la temeraria arrogancia del hombre y a las fábulas
del vulgo, ambas habitantes de un error: el olvido de la “otra voz”…
El “conversar ciudadano” de Leopardi es, según
Bodei, un espacio de confluencias, para que su discurso y su acción transiten
lejos de las terribles y falsas ilusiones (utopías) y de los fatales egoísmos.
En pocas palabras: el “conversar cittadino” es la política.
Eso sí, no se espere de su recuperación la
solución de todo. No es una panacea. Es una guía para hacernos la lucha por la
vida común mucho menos infernal.
Como la retama, “más sabia y menos débil/ que el
hombre”, podemos saber de nuevo -y con humildad- que no somos inmortales.
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