Albert Camus
Al acordarme de Camus esta mañana, fui por La
caída y saltó un viejo subrayado.
Jean-Baptiste, ya no es el juez que finge
virtudes y al que todos reconocemos como hombre atildado, pulcro y noble. Ahora
habla desembozadamente desde su egoísmo:
“Es muy
cierto aquello de que muy raramente confiamos en quienes son mejores que
nosotros. Más bien huimos de su cercanía. Lo más frecuente, en cambio, es que
nos confesemos a quienes se nos parecen y comparten nuestras debilidades. No
deseamos, pues, corregirnos ni mejorarnos: primero tendría que juzgársenos por
estar en falta. Y lo que deseamos únicamente es que nos compadezcan y que nos
animen a seguir nuestro camino. En suma, que al propio tiempo querríamos no ser
culpables y no hacer el menor esfuerzo por purificarnos. No tenemos ni
suficiente cinismo ni suficiente virtud; no poseemos ni la energía del mal ni
la del bien. ¿Conoce usted a Dante? ¿Realmente? ¡Diablos! Entonces sabrá que
Dante admite ángeles neutros en la querella entre Dios y Satanás; ángeles que
él coloca en el limbo, una especie de vestíbulo de su infierno. Nosotros
estamos en el vestíbulo, querido amigo”.
Es dura La caída, pero creo que en sus
páginas nihilistas hay más luces que en ciertos elaborados optimismos de hoy.
Quiso el azar concurrente que al terminar algunas de sus páginas, escuchara por
la radio a unas personas que hablaban de cómo sueñan el país. En la lectura, la
descarnada lucidez. En las voces, no sé si aguas estancadas, pero, seguro, la
superficial repetición de unas consignas.
--
Quedarse o irse, no es el dilema. Hay algo
previo: la lucidez para reconocer las grandezas (algunas olvidadas) y, sobre
todo, para aceptar las miserias, que no son pocas. Algunos que se han ido del
país, quizá estén más en él, que otros que se quedan y persisten en el disimulo
de que somos muy “buenos”. Cuando hablan del panteón civil mencionan a Bello,
pero ocluyen el porqué de su ausencia.
--
Venezuela, en el laberinto de su soledad, parece
que no contara ni consigo misma.
--
Pero no todo es La caída esta mañana. En
un número viejo de la revista española “Palimpsesto”, que encontré buscando
otra cosa, leo ahora unos poemas del mexicano Antonio Deltoro, que me gustan
mucho. En ellos evoca la imagen de su padre, quien siempre está presente en sus
lecturas. Yo, que tengo la biblioteca del mío en la mía, suelo sentir algo parecido
a lo que expresa hermosamente Deltoro en este poema que copio con gusto:
DEPARTAMENTO
A veces leo un libro sabiendo que sus ojos lo
leyeron
y trato de vislumbrar qué es lo que sentía,
de qué fracaso lo curaban sus páginas, qué
alegría buscaba.
Otras lo leo con los ojos limpios de su
recuerdo.
Ahora apoyo el codo en esta mesa
y sé que fue la primera que compraron en
México:
¿fue o es? No lo sé, la recuerdo en el comedor
de otra casa.
Vivo en un departamento en el que vivieron los
míos;
todo está tocado aquí, incluso lo nuevo,
todo me recuerda que es hábito del tiempo la
muerte:
por su larguísimo pasillo pasan, como por un
puente,
su inexistencia y mi vida enlazadas.
No se llevaron mis mayores su tiempo;
sin que nadie le haya dado cuerda el reloj
se ha puesto otra vez a sonar.
--
Me acuerdo que debo escribir unas líneas sobre
Roussel. Tratándose de quien se trata, repito la frase, diciendo “lunas ígneas
sobre Roussel”. Las dedicaré a Vladimir Delgado, piloto y compañero de un nuevo
taller ambulante.
(Barquisimeto, mañana del viernes 22 de agosto de 2014)
(Barquisimeto, mañana del viernes 22 de agosto de 2014)
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