Rafael. Autorretrato con un amigo
Domingo de sol y de Montaigne.
El ensayista hace un espacio entre sus páginas
para iluminar lo que ha escrito. También lo que está por escribir. Pone en el
centro de su lidia el recuerdo de Étienne de la Boétie y siente que es ahora cuando
su obra empieza a honrarse. Se dispone a ofrecer los veintinueve sonetos de su
amigo a la condesa de Guissen, pero antes de enviar a ese buen destino los más
ingeniosos y gentiles versos salidos de la Gascuña, discurre un momento sobre
la amistad, uno de sus temas más amados, por haber conocido de cerca un sublime
ejemplo de la misma. Y así, Montaigne nos lleva de paseo por los clásicos e
ilustra su recorrido con citas admirables. Escojo una: la respuesta que dio un
joven soldado a Ciro, quien le preguntaba si cambiaría por un reino el caballo
que acababa de hacerle ganar el premio en las carreras. “Por un reino no, señor
–dijo el joven-; yo lo cedería con gusto a cambio de un amigo, si hallase
hombre digno de ello”.
El príncipe de los ensayistas sabía que el fuego
de la amistad es uniforme y que siempre está encendido, por más distancias que
existan o silencios lo circunden. Seguro que Montaigne pudo decir de Étienne de
la Boétie, lo que Borges afirmó bellamente de Manuel Peyrou:
Suyo fue el ejercicio generoso de la amistad
genial
Creo que lo fue, porque encontró su resonancia.
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