André Gide
Escribir el día o dejar que en la página respire sólo esta palabra: limpidez.
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Volver a un poeta que deambula en el jardín. Oír
su soledad y sospechar su drama íntimo, mientras lo vemos recostarse a un
árbol, taciturno. Abrir después su libro y leer lentamente aquellas líneas afligidas
ante la inesperada ausencia de una sombra tutelar.
Es 1951. Luis Cernuda acaba de enterarse de que A.
G. ha muerto y escribe:
Que el
tiempo es duro y sin virtud los hombres.
Bien pocos
seres que admirar te quedan.
Creo que a veces he sentido lo mismo. Y algo
peor, quizá: ya casi nadie se lamenta de esa triste suerte.
Por fortuna, el propio Cernuda me recuerda que
el hombre es noble y que nada importa que tan pocos lo sean, porque “uno, uno
tan sólo basta/ como testigo irrefutable/ de toda la nobleza humana”.
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En la página, canta la paraulata del balcón.
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