En uno de los momentos más terribles de la
Odisea se muestra la degradación de un “oficiante” de la lira llamado Femio
Terpíada. Está en la Rapsodia decimosegunda. Hoy la he releído en la versión de
José Ángel Valente, quien no tiene piedad con la miseria. La tuvo sí, Telémaco,
con el miserable.
El texto de Valente es, como diría, Borges, a
propósito del Quijote de Pierre Menard, una muestra magistral de deliberado
anacronismo:
A gatas,
entre el sudor de la venganza y el humo de la sangre, llegó al fin hasta el
héroe Femio Terpíada, el aedo. Venía con la lira sobre el pecho, a modo de
protección o de escudo irrisorio, gimiendo como hembra paridera.
—Ah tú,
heroico vate —dijo Odiseo, tentándole el pescuezo con mano carnicera.
Pero el
poeta cayó de golpe al polvo, sacudido por las convulsiones del miedo. El héroe
rió con ferocidad rayana en la ternura.
—No
quieras degollarme —dijo Femio con voz casi ilegible—. Canté a los
pretendientes, obligado por la necesidad, la canción que un dios me inspiraba.
Los tiempos son difíciles y quién iba a pensar que tú vendrías. Así que tuve
necesidad de pan, de un puesto, de un pequeño prestigio entre los otros, de
modestos viajes por provincias. Pero aun así he de decirte que gusté la prisión
por lealtad a ti, si bien fue sólo en los primeros tiempos. Después los dioses
me engañaron, pues ellos hacen la canción y la deshacen y ponen hoy al hombre
en un lugar y soplan otro día y lo destruyen. No quieras tú quitar la vida a
quien nada tiene de sí, pues ni siquiera la canción es suya.
Así habló
el aedo, mercenario de dioses y de hombres, y Telémaco que asistía a su padre
en la matanza, pero conocía mejor la desdichada suerte de la lírica en los años
siguientes a la guerra de Troya, intervino en favor del poeta caído.
Así salvó
el Terpíada lira y pelleja, con la indignidad propia de una especie en la que,
gratuito, un dios pone a veces el canto.
(José Ángel Valente, fragmento de la Rapsodia decimosegunda, El fin de la edad de plata)
Dispénsenme algunos este recuerdo nada sibilino.
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