Czeslaw Milosz
Cielo despejado y Milosz. Leyéndolo, siento lo que
dijo Adam Zagajewski:
A veces
usted habla con tal tono
que, de
verdad, el lector cree
por un
instante
que cada
día es sagrado.
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El día que recibió el Premio Nobel recordó con
gratitud cuanto lo unía a la tierra: las leyendas lituanas, la familia, los
vecinos, los afectos. Sabía que esos valores entrañables habían sido el blanco de
quienes, en nombre de una abstracción, se ensañaron contra su pueblo. Salvada de
esa furia, aflora esta belleza:
Llevo en mi recuerdo de Lituania, un país de
leyendas mitológicas y de poesía. Mi familia, ya en el siglo XVI, hablaba
polaco al igual que muchas familias en Finlandia hablaban sueco y, en Irlanda,
inglés; soy pues un poeta polaco y no lituano. Pero los paisajes y también
posiblemente el espíritu de Lituania nunca me abandonaron. Es maravilloso
escuchar de niño las palabras de la
liturgia latina, traducir a Ovidio en el colegio…
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Por más que una mecánica siniestra pretenda pasarle
por encima, nuestra memoria preserva algún rescoldo. Desde esa luz remota, se
resiste.
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