José María Valverde
El poeta va a hablar de su relación personal con
la filosofía. Como lo hará ante un auditorio académico, toma notas para no
improvisar (es un decir). Por cierto, él se siente a gusto con la palabra
suelta, sin escritura previa, porque lo que le gusta es hablar sin más. Pero
esta vez, prepara un texto en el que va a procurar un tono que no se aleje
mucho de la buena tertulia de café. Mejor dicho: que no se aleje nada.
Antes de entrar en materia, hará un preámbulo,
dedicado, precisamente, a decir lo anterior y a recordar el nombre de su amigo
Aranguren. Después, vendrá un momento
crucial en su trato con la filosofía: la
lectura de Wilhelm von Humboldt. En las páginas del hermano de Alejandro se va
a inicar lo que más tarde llamará “su conciencia lingüística”. No en balde, su
tesis doctoral tendrá como tema esos asuntos del lenguaje.
Ahora el poeta (y filósofo) está en el trance de
anotar qué cosa es eso de “conciencia lingüística”. Casi que pedirá disculpas
por lo elemental de sus palabras, pero no lo hará. No le importa expresar con
"un planteamiento escolar”, -en pocas palabras y con más deleite que
provocación- todo lo que quiere. Así, se complace en tomar esta nota:
Pensamos sólo mediante el lenguaje… Hay
profundas razones para que la mayoría de los filósofos profesionales sean
quienes más se resistan a asumir esa perogrullez de que pensar no es sino
hablar. Incluso algunos alumnos míos en la Facultad de Filosofía de Barcelona
me han puesto a veces muy mala cara cuando les he enunciado esta sencilla
vulgaridad: en tales casos, yo siempre les he dicho que si alguien de los
presentes tenía algún pensamiento sin lenguaje, “que lo dijera”.
El poeta se ríe solo, porque al escribir
“perogrullez” recordó los versos pareados que un día le dedicó a un gran
filósofo contemporáneo, cuya conciencia lingüística también partió de una ruta
humboldtiana. No pondrá esos versos en su charla, pero ahora, por puro goce, se los dice en voz
alta:
Cascando las palabras como nueces
alumbra don Martín perogrulleces
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No es que se ponga serio, pero en este momento,
el poeta José María Valverde va a citar a Kant para seguir llevando agua a su
molino de palabras.
La ligera paloma kantiana que se imagina volar
mucho mejor en un espacio donde el aire no la limite, terminará dándose cuenta
de que el aire es imprescindible para su vuelo. Ese aire es el lenguaje.
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(El texto de José María Valverde al que se alude
–y se cita- acá fue preparado para las Terceras Conferencias Aranguren de
Filosofía, impartidas en la Residencia de Estudiantes, en Madrid los días 7, 8
y 9 de marzo de 1994. Fue publicado en la revista Isegoría, Nro. 11. 1995)