La
Inquisición torturaba cuando no poseía evidencias de culpabilidad. Y torturaba
aún más, cuando, además de la "confesión", necesitaba la inculpación
de otros. Sus procedimientos fueron cruelmente afinados por el estalinismo,
como lo mostró este libro de Artur London, exvicecanciller checo detenido en
1951 y juzgado en el célebre proceso de Praga.
Lo
busqué hoy, después de ver las indignantes imágenes del ilegal
"proceso" que se le sigue al joven diputado Juan Requesens, con cuyos
padres y familiares me solidarizo. Lo abrí y leí estas palabras del fiscal,
dichas con fuerte acento ruso: "Emplearemos
métodos que lo asombrarán, pero que le harán confesar todo lo que queremos. Su
suerte depende de nosotros..."
Los
viejos inquisidores hacían el espectáculo después, con los aberrantes
"autos de fe". Hoy, desde sus ministerios de información, el nuevo
Santo Oficio difunde las "confesiones" de inmediato, con la misma
saña con que fueron obtenidas. Dios quiera se les convierta en boomerang.
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