domingo, 21 de abril de 2019

Escrito está en mi alma vuestro gesto


 Bartolomeo Veneto. Retrato conocido como Flora. Supuestamente, Lucrecia Borgia



Que César y Lucrecia fueron los hijos más inteligentes de Rodrigo Borgia, parece no haber dudas. Tampoco, que fueron los más calumniados, aunque muchas de las cosas que se cuentan sean ciertas. Eso nos dice Vicente Blasco Ibáñez en la novela que dedicó a la historia de la famosa familia valenciana (“A los pies de Venus”), para poner, con más simpatía que indiferencia, algunos puntos sobre las íes.

Pasa siempre. Mucha gente divide en blanco y negro y desdeña los matices, aunque desde el negro o el blanco que finalmente representan, se proclamen tolerantes. Basta ver sus discursos, para apreciar cómo involuntariamente se les cae la máscara. No pueden. “Es que somos así”, podrían decir, siguiendo al viejo escorpión de la fábula. Pero no, no lo dirán jamás. Recogen la máscara caída y se la ponen, como Julio II en la historia vaticana. El equivocado será siempre el otro y el mensaje de evidente sectarismo que profieren es sólo una “sana advertencia”, de la que ellos son afortunados portadores.  Es sólo un llamado “generoso” y regañón para que el otro, pobrecito, rectifique. Dan ganas de ponerles la aureola de santidad. César Borgia, que no se andaba con rodeos, jamás les creería  el cuento, como no se los creyó ni a los Sforza ni al cardenal Della Rovere, hasta que tuvo con el último el costoso descuido que le imputó su brillante amigo Maquiavelo y que mi maestro Juan Nuño, a quien he intentado copiar en esta digresión, no desmentiría…
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Volvamos a Blasco. Seguramente, si no hubiese actuado en política de la exitosa forma en que lo hizo, Alejandro VI sería parte de los muchos papas concupiscentes y casi anónimos que lo antecedieron.  Pero no, puso la pica valenciana en el Flandes italiano y dio cuenta de los Orsini, güelfos o pretendidos tales, y de los Colonna, supuestos gibelinos (Burckhardt dixit). Eso bastó para que la ojeriza universal se cebase en su contra, y no hubiese “historia universal de la infamia” que lo tuviera casi como ejemplo único, junto a sus hijos, especialmente, junto a los dos más destacados: César y Lucrecia.

Con Lucrecia, más bella que la muy atractiva Catalina Sforza (lo que ya es decir), la jauría no escatimó denuestos ni exageraciones para descalificarla.  Así lo dice Blasco Ibáñez en el citado libro, en cuyas páginas se toma varias licencias, adorables a través de algunos personajes. De ese modo, Enciso se expresará de la Duquesa de Ferrara con estas palabras:

“—Muy mujer, muy aficionada a vestidos y joyas: ninguna de su tiempo poseyó tantos trajes (…). Algo indolente y pasiva pero de gran talento. Hablaba el italiano, el francés, el griego y el latín, (inútil mencionar las lenguas castellana y valenciana, que eran las íntimas de la familia.) Sabía igualmente el alemán, aunque menos que los idiomas ya citados, y escribió poesías muy aceptables en algunos de ellos. César también había hecho versos en la Universidad. En esta familia de exaltados y ardorosos, todos tenían algo de poetas. Una hermana de Alejandro Sexto, doña Tecla de Borja fue notable poetisa en su tierra, muy loada por el gran trovador Ausias March. Al morir la lloraron casi todos los poetas de Italia”.

La mención de los poetas me recuerda la escena del Sacro Colegio, un mes después de la boda de Lucrecia. Allí se deliberó acerca de la polémica abdicación de César como cardenal. En el consistorio, Garcilaso de la Vega, padre del poeta homónimo, se opuso con ahínco,  pero sin éxito, a la dimisión cardenalicia del más temido de los Borgia. De la Vega siguió instrucciones de su rey Fernando el Católico, otro posible Príncipe de Maquiavelo. No ignoraba don Fernando los peligros que suponía la estudiada renuncia de ese capelo...

Sirva la mención del poeta toledano, predilecto de Cervantes, para cerrar con un célebre verso suyo esta breve evocación de los Borgia. Bien podría Blasco Ibáñez habérselo dedicado a Lucrecia. Vamos, que se lo dedicó:

“Escrito está en mi alma vuestro gesto”.

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