Jacob Burckhardt, camino a sus clases, cruza frente a la catedral de Basilea
Anoche, al volver sobre la conjetura de
Burckhardt acerca de un posible papado de César Borgia, recordé vagamente una
lectura sobre esa hipotética investidura. Supuse que se trataba de un texto de
Alfonso Reyes y fui por él. Nada. No estaba en el prodigioso ensayo que el
mexicano le dedica al fascinante historiador de Basilea. Ya aparecerá, me dije
con resignación y tomé un libro que había bajado para revisar la mirada de su
autor sobre el Renacimiento. El azar concurrente que me persigue siempre, se
manifestó de inmediato. En esas páginas estaba la referencia que minutos antes
había recordado como de Reyes. Me alegró mucho más de lo que hubiera podido
imaginar, pues, además de encontrarla
con rapidez inesperada, el autor del texto era un venezolano: mi admirado
Mariano Picón Salas. Y por algo más: se trata de una hermosa página imaginativa
del merideño que no aguanto las ganas de glosar. Acá va.
Durante una temporada en Florencia, Picón Salas
se buscó dos compañeros: Stendhal y Burckhardt. Esos florentinos honorarios
fueron sus guías. Iban con él a todas partes. El venezolano los ponía a
dialogar y mientras el francés pedía helados y el suizo café, anotaba. Anotaba,
por ejemplo, cómo a Stendhal lo complacía la deliberada tranquilidad de
Maquiavelo para narrar los crímenes de César Borgia (“bello por fuera y
terrible por dentro”) o cómo Burckhardt insistía en su desconfianza por los
sacerdotes y decía compartirla con un joven colega suyo: Friedrich Nietzsche.
Justo en este punto apareció la conjetura
“borgiana”. El humanista recordó que al estudiar detenidamente la historia
italiana para escribir sus libros sobre el Renacimiento, llegó a una curiosa
hipótesis que nadie había formulado antes: “César Borgia estuvo a punto de ser Papa”
y de no haberse producido la temprana muerte de su padre Alejandro VI, el
veneno y el asesinato mercenario habrían liquidado con prontitud a los
cardenales opositores, y el “divino” César, “para ganar la elección, hubiera
dispuesto de un Cónclave apaciguado y propicio”.
Me figuro el deleite de Picón Salas cuando le
oyó decir a Burckhardt que esa “diabólica conjetura” se la comunicó a
Nietzsche, quien “se entusiasmó con la idea”. Anticristiano como era, el joven
filósofo le añadió a la hipótesis del viejo maestro consecuencias por él
deseadas: “la más rápida destrucción del Cristianismo, el final de Papado y la
expansión de la idea renacentista por toda Europa, librándonos acaso a los
alemanes de nuestra Reforma”.
En el imaginario diálogo, el historiador le dice
al autor de “La cartuja de Parma”:
“Sin llegar a una interpretación tan radical
como la de mi joven colega, yo supongo que para Europa hubiera sido
inconveniente esta especie de interregno sombrío de un pontificado de César
Borgia en cuanto provocaba, por reacción, en la propia Italia el movimiento de
la Reforma… Nosotros, amigo Stendhal, compondríamos ahora los más bellos libros
sobre el pontificado de César Borgia”.
Adivino la sonrisa de los contertulios. También,
la del escriba, mi ilustre paisano Picón Salas.
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