Rembrandt. El jinete polaco. Cuadro vinculado a una leyenda rosacruz
Después de más de un siglo, las lámparas seguían
encendidas en la cripta. Detrás de la puerta estaban escritas estas palabras:
“Me abriré cuando transcurran ciento veinte años”. ¿Se trataba de un milagro?
Tal vez. Lo cierto es que el asombroso descubrimiento confirmó la intuición de
los estudiosos hermanos que entraron al sepulcro: el cuerpo del místico
Maestro, bajo un magnífico ropaje, estaba entero y conservado. En su tumba
había espejos de diversas propiedades, campanillas, pergaminos y hasta un diccionario
elaborado por Paracelso. El Formidable Maestro, “en la majestad de su muerte
viva” –como escribió Pessoa- recobraba día a día la palabra.
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Recordemos. Al día siguiente de la cena en Ramos
Mejía, Bioy Casares le llevó a Borges el volumen de la Anglo-American
Cyclopaedia, de cuyas páginas había tomado la espléndida cita del heresiarca de
Uqbar (“Los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número
de los hombres”). Además de demostrarle que la misma no era una invención suya,
le ofrecía a su amigo la ocasión de saber más acerca del fantástico lugar que
lo intrigaba.
En el relato dedicado al prodigioso hallazgo
(Tlön, Uqbar, Orbis Tertius), Borges refiere la bibliografía mencionada por
la enciclopedia, al final de la entrada sobre Uqbar. Son apenas cuatro libros,
ninguno de los cuales ni Bioy ni Borges hallaron nunca. Uno de los volúmenes
(Lesbare und lesenswerthe Bemerkungen über das Land Ukkbar in Clein-Asien) –y
acá está el detalle- lo escribió Johannes Valentinus Andreä, nombre con el cual
se toparía más tarde el autor de Ficciones. Lo informó así:
“…di con ese nombre en las inesperadas páginas
de De Quincey (Writings, decimotercer volumen) y supe que era el de un teólogo
alemán que a principios del siglo XVII describió la imaginaria comunidad de la
Rosa-Cruz –que otros luego fundaron, a imitación de lo prefigurado por él”.
Más adelante nos hablará de una “sociedad
secreta y benévola” que contó a Dalgarno y a Berkeley entre sus afiliados y en
cuyo “vago programa inicial figuraban los ‘estudios herméticos’, la filantropía
y la cábala”. Y agrega: “De esa primera época data el curioso libro de Andreä…”
Ese mismo teólogo publicará en 1616 las Nupcias
alquímicas de Christian Rosenkreuz (el maestro del cuerpo incorruptible que
aludimos al comienzo). En su testamento, Andreä escribirá esta frase:
“Aunque ahora dejo la Fraternidad en sí, nunca
dejaré la verdadera fraternidad cristiana que, bajo la Cruz, exhala el perfume
de la rosa y está muy lejos de la vileza de este siglo”.
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La señora Frances A. Yates quiso muchas veces
persuadir a los historiadores y a la gente sensata del uso conveniente de la
palabra Rosacruz para referirse a “cierto estilo de pensamiento reconocible,
sin plantear la cuestión de si un pensador de estilo rosacruz pertenecía o no a
una sociedad secreta”. Sostuvo que ese estilo (“tipo rosacruz”, así como hay un
tipo “barroco”), sin dejar de estar en contacto con las artes, se desarrollaba
más hacia la ciencia, pero siempre mezclado con la magia…
En sociedad secreta o lejos de ella, confirmado
en una creencia hermética, el rosacruz mantiene un secreto.
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Para el poeta Yeats (anagrama, por cierto, de
Yates), la historia de la tumba de Christian Rosenkreuz, es también la de la
imaginación. Enterrada por la crítica durante siglos, está preparada para
ofrecernos nuevas revelaciones. Su palabra se recobra cada día, aunque esté en
las catacumbas. Sus lámparas permanecen encendidas y podemos llamarlas Poesía,
y no sólo desde Uqbar. También, desde mi Barquisimeto de hoy, arrumazado.
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