Pedro Berruguete. Auto de Fe presidido por Santo Domingo de Guzmán
Un obispo se dirige a otro obispo, muerto hace
muchos años y al que acaban de desenterrar para cumplir con un auto de fe
inexorable. Le refiere que después de su muerte sagrada fue descubierto un
libro secreto que reveló la comisión de una grave herejía, pregonada ante
muchos inocentes que le creyeron. No le da, por supuesto, la absolución, pero
le pide a Dios piedad para su alma y ordena a los enterradores que lo trasladen
de inmediato a la pira, preparada ya para recibir el herético esqueleto. El
obispo contempla satisfecho las llamaradas que acaban con el féretro y su
contenido. Parece decir: “No más cambios en el dogma de la Santísima Trinidad.
Ya el fuego ha purificado todo”.
La escena anterior, como algunos recordarán, es
de La Vía Láctea, una película que no pude ver completa la primera vez, en la
Sala de Conciertos de la UCV, pues mis invitadas, católicas acérrimas, no
aguantaron al ateo Buñuel y se salieron. Por razones distintas, como podría
inferirse, yo las seguí en la retirada. A los pocos días, solo, vi la
espléndida película que hoy he vuelto a recordar, por unas páginas sobre la
Inquisición que acabo de leer. En ellas, la excelente pluma de Julio Caro
Baroja, sobrino de quien sabemos, se acerca a la figura humana del “inquisidor”
y lo hace con tal gracia y seguridad que después de leerlas uno podría revisar
la rigidez de nuestras opiniones, comenzando por reconocerlas rígidas…
A pesar del acercamiento al talante no tan
odioso de unos pocos “inquisidores”, la inmensa chamusquina que el ominoso
Tribunal desplegó a lo largo de la historia, hace cuesta arriba cualquier
intento parcial de dispensa. Claro, siempre tendrá apologistas, como lo afirma
Caro Baroja al final de su estupendo ensayo. Y lo que es peor: algunos
practicantes del ominoso Oficio, que, bajo otros nombres e “ideologías”,
prolongan los afanes “purificadores” de todo inquisidor que se respete.
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Confieso, para terminar con cierto humor, que,
además, de recordar a Buñuel cada vez que oigo hablar de inquisiciones, viene
también a mi memoria el venezolano Aquiles Nazoa, quien en una de sus
divertidas piezas de “teatro para leer”, puso en boca de Isabel la Católica
estos versos que ella le habría dicho a Colón, quejosa como estaba por las
famélicas arcas de la Corona:
Le adeudamos/ a Marchena/ su quincena/ de
oración./ “Torquemada/ brinca y salta/ por la falta/ de carbón.
Brincaba y saltaba de rabia, desde luego, al no
poder avivar las imprescindibles hogueras de su Santo Oficio...
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