Halconeros
en De arte venandi cum avibus, libro escrito por el gran Staufen
Tras ponerle la caperuza a su halcón predilecto,
en una de sus muchas conquistas, hoy entró a Ancona el rey de Jerusalén y
asombró a todos. Por algo le dicen “el estupor del mundo”. Ratifica ahora sus
dominios en la Italia oriental con el apoyo de Ezzelino. Sin duda, tiene contra las cuerdas a los
güelfos. Y al papado, que en vano le ha impuesto dos excomuniones. Son tiempos
de cambios. Siguiendo a Joaquín de Fiore, se habla de una nueva edad: la edad
del espíritu. Nadie sabe con exactitud si este rey es el mesías o el
anticristo.
Acerca de la entrada en Ancona, una descripción
de Luis Racionero, en su Raimon, que cito in extenso, me ahorra fantasías:
“Delante iba la guardia mora, trecientos hombres
montados en corceles árabes de pura sangre, centelleantes los arneses,
resplandeciendo las espuelas de oro, rutilantes las pedrerías de las telas y
las sillas. Con ellos iban los camellos, llevando, en lujosos palanquines
bailarinas moras de una belleza legendaria, que se decía formaban el harén…
Después venían los trovadores, juglares y músicos, tras los que seguía la
corte… (Él), a caballo, con su mano finísima en el pomo de la espada, ‘colocada
de tal modo que daba a entender a todo el mundo que no tenían más remedio que
obedecerle’. Iba rodeado de una poderosa comitiva de altos dignatarios,
prelados, pajes y servidores. Inmediatamente seguía un carro con cortinajes
carmesíes que transportaba un grupo de sabios: médicos, físicos, matemáticos,
astrónomos, de quienes se decía que eran
los más doctos del mundo. Tras ellos bullía el tropel de la gente de
caza: halconeros con las aves encapuchadas agarradas a los guantes de cuero
(…). Después venía el elefante que le dio el sultán de Egipto… finalmente… como
un recordatorio imponente de la fuerza imperial, trescientos caballeros
teutónicos revestidos de mantos blancos con la gran cruz negra de la orden que
acaudillaba el Gran Maestre Hermann von Salza”.
Él es (debí decirlo antes), además de rey de
Jerusalén, emperador del Sacro Imperio Romano
Germánico y rey de las dos Sicilias. Tiene al poeta Pier delle Vigne como
protonotario de cabecera y discute con su amigo Fibonacci, a quien conoció en
Pisa, la aplicación del álgebra a la geometría. Se cartea con Duns Scoto y Roger
Bacon. Compone poemas y escribe un tratado sobre la caza con halcones. Vive
rodeado de aves. Pronto estará en la Divina Comedia y lo arroparán varias
leyendas, incluida la de su resurrección. Seis siglos después, Burckhardt lo
llamará “el primer hombre moderno que se sentó en un trono”.
Se llama bellamente Federico II de Suabia.
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