Goya: Jovellanos
Creo que llegó la hora de buscar en serio un
clima de civismo y de concordia, y de
superar en todos los ámbitos públicos (y hasta en los privados) la exasperación
de los enconos. No es fácil, desde luego. No lo es, entre otras cosas, porque
ese proceso de rectificación comporta algo que es mucho menos frecuente de lo
que parece: la autocrítica sincera, así como el reconocimiento y la auténtica
comprensión del otro. Hacer esto último es una práctica olvidada. Cuando
alguien la ejerce, de inmediato es visto como sospechoso y puesto en cuarentena
por los fanáticos de lado y lado.
En tiempos de crispación y de exclusiones, la
moderación es perseguida por los
extremismos y genera una paradoja: el equilibrio como subversión. Es
más, cualquier referencia al diálogo suele confundirse con una invitación a
declinar ideas o principios o a desistir de críticas y de razonables
disentimientos, y se le estampa con arrogancia el rótulo de “ingenua”.
Algunos desconocen el sentido del viejo dicho de
que lo cortés no quita lo valiente (por cierto, lo inverso también es
verdadero) y prefieren la acrimonia discursiva y el rechazo sumario a quienes
marcan distancia con los iracundos. El espíritu de secta nos ha hecho mucho
daño, tanto, que algunos, retóricamente muy “prevenidos” frente a sus letales
efectos, cayeron también bajo su influjo implacable. Sin embargo, estoy seguro de que
los venezolanos estamos a tiempo de recobrar la calma, para seguir el curso de
un país que procura, con mucho esfuerzo, democracia, justicia y libertad, y que puede todavía hacer de la
política una contienda, dura a veces, pero siempre constructiva, como lo ilustran algunos formidables momentos del pasado.
Pienso que no todos estamos signados por el odio, ni todos pensamos que las voces serenas lo sean de claudicación. La historia ofrece ejemplos de cómo los inmoderados terminan siendo llamados al botón, pero no por su conciencia, sino por terribles realidades, y a un altísimo costo para el pueblo.
Pienso que no todos estamos signados por el odio, ni todos pensamos que las voces serenas lo sean de claudicación. La historia ofrece ejemplos de cómo los inmoderados terminan siendo llamados al botón, pero no por su conciencia, sino por terribles realidades, y a un altísimo costo para el pueblo.
Mirando las repetidas variedades de los verdes
que el balcón me ofrece esta mañana, escribo la palabra “esperanza” y sigo la
lectura de un ensayo de Julián Marías sobre Gaspar Melchor de Jovellanos, en el que su figura de hombre equilibrado se empina sobre las miserias morales de su tiempo.
P.D: El título del ensayo de Marías es
Jovellanos: concordia y discordia de España. Está incluido en su libro Ser
español (Planeta, 2000).
(El
texto anterior fue publicado el 14 de abril del 2013 en otro de mis blogs, Isla
de Robinson. Con leves retoques lo traigo hoy porque creo que la situación a la que sus líneas aluden, se ha agravado)
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SOPHROSYNE PARA VENEZUELA
Leo las lúcidas páginas que Julián Marías dedicó
a la importancia de Jovellanos como símbolo de la crisis española de su tiempo.
En noviembre del 2011 se cumplieron 200 años de la muerte del culto polígrafo
asturiano. Con seguridad, la celebración bicentenaria debe habernos deparado
algún estudio de valor que en este momento desconozco, pero dificulto que
cualquier homenaje escrito que se le haya hecho, supere lo que ahora releo: el
esclarecedor ensayo de Julián Marías, publicado hace cincuenta años. Creo que
cuanto refiere Marías acerca de la crítica y dolida visión de Jovellanos, en
aspectos como el educativo, posee una inmensa actualidad, no sólo en España,
sino también entre nosotros, tan necesitados de amplias perspectivas y de
ayudas intelectuales para la presbicia.
La figura afligida de don Gaspar, quien hizo de la moderación un modo de afrontarlo todo y que, aun así, fue escarnecido y negado, puede ilustrar, la soledad de los hombres de equilibrio en tiempos de intransigencias y escisiones. Jovellanos, merced a la vileza de unos iracundos, sufrió 7 años de prisión, sin que lo dejaran defenderse de los infundios y calumnias urdidos por la eterna maquinaria de la insidia. Para Julián Marías haber puesto preso a Jovellanos durante esos años decisivos, fue, además de una aberración, una desgracia para España por haberse quedado sin Jovellanos durante todo ese tiempo del oprobio.
La figura afligida de don Gaspar, quien hizo de la moderación un modo de afrontarlo todo y que, aun así, fue escarnecido y negado, puede ilustrar, la soledad de los hombres de equilibrio en tiempos de intransigencias y escisiones. Jovellanos, merced a la vileza de unos iracundos, sufrió 7 años de prisión, sin que lo dejaran defenderse de los infundios y calumnias urdidos por la eterna maquinaria de la insidia. Para Julián Marías haber puesto preso a Jovellanos durante esos años decisivos, fue, además de una aberración, una desgracia para España por haberse quedado sin Jovellanos durante todo ese tiempo del oprobio.
Sostiene el filósofo que es difícil encontrar en
la historia española a otra figura de “mayor limpieza y mérito” y se pregunta:
“Si encima hubiera tenido gracia, ¿qué cosa hubiera sido?”.
Nos queda la imagen hermosa de un Jovellanos
ordenando su biblioteca, revisando incunables y esmerándose para que la entrada
al monasterio tuviese árboles amables y frondosos.
(De
mi diario personal. Entrada del 10-05-2012)
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SOBRE LA IMAGEN DE ESTE POST
El Ministro de Gracia y de Justicia hace un alto
en su trabajo y posa para el amigo. En la tela, los tres tiempos, y las
tribulaciones. Nada falta. Goya es Goya. El poeta sevillano Víctor Jiménez
imaginó este diálogo:
“EL CUADRO
(Gaspar Melchor de Jovellanos,
por Francisco de Goya)
Como un lento, oscuro, inmenso
mar que anega el corazón,
crece mi desolación
hoy, más cuanto más lo pienso.
Tan débil, tan indefenso
me hallo ante la soledad,
la responsabilidad,
los ataques, las intrigas…
Y carcomidas mis vigas
por la pobreza y la edad.
Y la sombra me aniquila.
No me queda ni la lumbre
del amor ni mi costumbre
de vida dulce y tranquila.
Sólo la luna vigila
el enjambre de mis sienes.
¿Y me dices tú que vienes
a pintarme? Goya, amigo,
si aún te vale este mendigo
de la dicha, aquí me tienes.
Deja, Gaspar, encendida
la luz de la inteligencia.
Ignora toda presencia.
Acomódate y olvida
cuanto no sea tu vida.
Y ahora al fin, amigo fiel,
que, para siempre, la hiel
más honda de tu amargura
se funda con mi pintura
en la llama del pincel”.
VICTOR JIMENEZ
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