Portada de Zapata que fue primero un cuadro de Zapata
Leo un artículo del boliviano Edmundo Paz Soldán
sobre García Márquez, en el que, refiriéndose a El otoño del patriarca,
dice algo que no podemos pasar por alto, aquí y ahora:
“Pero el
dictador no es el personaje más fascinante de El otoño, sino su feroz asesor Sáenz de la Barra. Es él quien lleva
al extremo la manipulación de la imagen del patriarca, para seguir en el poder
incluso después de la muerte de éste. En una escena que los teóricos del
simulacro deberían leer -para así dejar de citar tanto a Borges-- el General se
sorprende contemplándose a sí mismo en la televisión, diciendo cosas "con
palabras de sabio que él nunca se hubiera atrevido a repetir". El
fantasmagórico misterio es aclarado después por Sáenz de la Barra, quien le
dice que ese ´recurso ilícito´ ha sido necesario ´para conjurar la
incertidumbre del pueblo en un poder de carne y hueso´. Sáenz de la Barra lo ha
grabado y filmado sin que se diera cuenta y ha elaborado con esos fragmentos de
voces e imágenes una realidad artificial que sustituye, para el pueblo, a la
verdadera y confusa vida real.
Sáenz de
la Barra ha descubierto una cualidad fundamental de las sociedades modernas: el
poder necesita de la complicidad de los medios para sostenerse. García Márquez
sabía más de lo que sospechábamos acerca del funcionamiento de las sociedades
modernas en la era de la imagen y su reproducción masiva”.
Para quienes vimos por televisión el surgimiento
de Hugo Chávez (“…por ahora…”), su ascenso al poder, su plenitud, su muerte y
su presencia póstuma, la nota de Paz Soldán es, de algún modo, otro motivo para visitar de nuevo la novela de García Márquez, cuya primera edición en
Sudamericana (1975), incluyó, por cierto, en su magnífica portada, a dos
venezolanos: Pedro León Zapata, el pintor, y Juan Vicente Gómez, el pintado.
Allí está el patriarca, de guantes negros, con
su prole y su otoño.
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