martes, 1 de noviembre de 2016

...Y Sevilla, que decía Machado (Manuel)





 Sevilla, en los tiempos de Cervantes

Cinco de la mañana. Una palabra me ha llevado hasta Sevilla. Aprovecho y saludo a mi querido amigo Miguel Veyrat, quien ya debe haber retornado de la Plaza del Pan, después de su habitual desayuno  en el Europa. Todo vino por un libro en el que encontré este párrafo ducal (ya se verá por qué es ducal) que me hace ser vicariamente un jándalo (esa es la palabra). Lo soy por mi amigo y por autores, también adorables, que han sido gustosamente jándalos. Copio:

Se asombraba Lope de Vega de ver cómo se arañan y desgreñan las Musas Castellanas con las Andaluzas. Tan lamentable espectáculo no ha dejado aún, por desgracia, de representarse. Yo mismo he sido testigo principalísimo, en fecha reciente y con ocasión de un certamen de nombradía, de los ataques norteños a un poeta andaluz, cuya obra es de una belleza independiente, inesquivablemente ejemplar. Hay, sin embargo, casos muy señalados y venturosos de santanderinos, en quienes llegó a arraigar un hondo amor, con obras que son frutos, por Andalucía y, sobre todo, por Sevilla. Es para mí una pretensión honrosa alistarme modestamente, aunque sin mezcla alguna de mediocridad, en esa falange literaria de los jándalos de corazón.

Aunque la palabra palabra “falange” me haga momentáneo ruido, la otra (“jándalo”) lo borra por completo. Además, Jesús Aguirre, Duque de Alba (de él se trata), va a citar de inmediato los versos de un santanderino, que también era músico:

LUZ DE SEVILLA

Ciudad donde nació y vive
mi otro yo; mi yo de enfrente,
que de tanto vivirla,
no envejece.

(Gerardo Diego, El jándalo).

Así que inicio este noviembre por sevillanas literarias, bajo el cielo arrumazado de Barquisimeto.

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