José Manuel Briceño Guerrero (1929-2014) en la UNEY
Con José Manuel Briceño Guerrero se nos va,
probablemente, el más importante pensador venezolano contemporáneo. Perteneció
a una generación de destacados intelectuales que hizo del estudio y la
escritura una ascendente forma de vida. Entre ellos, fue Briceño el maestro por
excelencia. Por eso, su palabra seguirá resonando como aliento para muchos y no
sólo como merecido objeto de aplausos y reconocimientos.
Compartió sus saberes en diversas aulas. Desde
hace mucho las prefirió abiertas, no ceñidas a la burocracia académica ni a los
calendarios administrativos. Así, ideó el postgrado lento, entregado con
parsimonia a la charla, la reflexión y la lectura, sin prisa por la retribución
en títulos o en premios. Leyó –y procuró que lo hicieron también sus discípulos-
a los grandes autores en su lengua original. A los idiomas dedicaba largo
tiempo, como buscando en ellos una música primigenia. Le oí contar un día su
encuentro con Borges. El gran argentino, cual Ulises en su Arte Poética, “lloró
de amor” al oír a Briceño escanciar hexámetros de Homero. La escena es
imborrable. Le pregunté si la había escrito y me dijo que no. No me aseguró que
lo haría, pero ojalá lo haya hecho.
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Cuando alguien que lo escuchaba hablar de
Descartes estaba a punto de tenerlo como un “homme de raison”, debía morderse
la lengua, pues en cualquier momento el Viejo se desplazaba por los caminos de
las leyendas y los sueños. Entre sus saberes no estaban sólo los del Siglo de las
Luces. Le entusiasmaban los ritos, los silencios míticos, las magias
ancestrales.
Por sus muchos viajes, estudios e idiomas, fue
universal. También lo fue porque nunca dejó de ser llanero de Palmarito y
Barinas, larense de Barquisimeto y Carora y andino de la noble sierra merideña.
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Se fue el último día de octubre, víspera de
santos y de muertos. Se montó en “el Viajadero” de su infancia y anda ahora por
las nubes.
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