domingo, 19 de junio de 2016

El error Maduro


Dámaso Berenguer

No, no es una errata. Es probable que en los libros futuros de historia de Venezuela se encuentre un capítulo con el mismo título que este artículo. El buen lector, que es  cauteloso y alerta, habrá advertido que en esa expresión el señor Maduro no es el sujeto del error, sino el objeto. No se dice que el error sea de Maduro, sino más bien lo contrario -que Maduro es el error, que Maduro es un error-. Son otros, pues, quienes lo han cometido y cometen. Otros: toda una porción de Venezuela, aunque, a mi juicio, (ya) no muy grande. Por ello trasciende ese error los límites de la equivocación individual y quedará inscrito en la historia de nuestro país. 

Venezuela, una nación de veintinueve millones de habitantes, que venía  arrastrando una existencia política poco normal, ha sufrido durante diecisiete años un régimen de absoluta anormalidad en el Poder público, el cual ha usado medios de tal modo anormales, que nadie, así, de pronto, podrá recordarlos ni dentro ni fuera de Venezuela, ni en este ni en cualquier otro siglo. Lo cual anda muy lejos de ser una frase. Desde mi rincón sigo estupefacto ante el hecho de que todavía ningún sabedor de historia jurídica se haya ocupado en hacer notar a los venezolanos minuciosamente y con pruebas exuberantes esta estricta verdad: que no es imposible, pero sí sumamente difícil, hablando en serio y con todo rigor, encontrar un régimen de Poder público como el que ha sido de hecho la “Revolución” en todo al ámbito de la historia.  

La “Revolución” ha sido un poder omnímodo y sin límites, que no sólo ha operado sin ley ni responsabilidad, sino que no se ha circunscrito a la órbita de lo público, antes bien ha penetrado en el orden privadísimo, brutal y soezmente. Colmo de todo ello es que no se ha contentado con mandar a pleno y frenético arbitrio, sino que aún le ha sobrado holgura de Poder para insultar líricamente a personas y cosas colectivas e individuales.  

Yo ahora no pretendo agitar la opinión, sino, al contrario, definir y razonar, que es mi primario deber y oficio. Por eso eludo recordar aquí, con sus espeluznantes pelos y señales, los actos más graves de la “Revolución”. Quiero, muy deliberadamente, evitar lo patético. Aspiro hoy a persuadir y no a conmover. Pero he tenido que evocar con un mínimum de evidencia lo que la Dictadura ha sido. Hoy parece un cuento. Necesitaba recordar que no es un cuento, sino que es un hecho. Y que a ese hecho se respondió con el error Maduro, cuya política significa: hagamos «como si» aquí no hubiese pasado nada radicalmente nuevo, sustancialmente anormal.  

Pero esta vez se ha equivocado. Este es el error Maduro.  Se quiso una vez más salir del paso, como si los veintinueve millones de venezolanos estuviésemos ahí para eso. Un día se buscó a alguien que se encargara de la ficción, que realizara la política del «aquí no ha pasado nada». Ese es el error Maduro del que la historia hablará.  

Al cabo de tres años, la opinión pública está menos resuelta que nunca a tolerarlo. No hay un hombre hábil que quiera acercarse a él; actas, carteras, promesas -las cuentas de vidrio perpetuas-, no han servido esta vez de nada. Al contrario: esta última ficción colma el vaso. La reacción indignada de Venezuela empieza ahora, precisamente ahora. Venezuela se toma siempre tiempo, el suyo. 

Hemos padecido una incalculable desdicha. La normalidad que constituía la unión civil de los venezolanos se ha roto. La continuidad de la historia legal se ha quebrado. No existe el Estado venezolano. ¡Venezolanos: reconstruyan vuestro Estado! 

Y como es irremediablemente un error, somos nosotros, y no el Régimen mismo; nosotros gente de la calle, de tres al cuarto y nada revolucionarios, quienes tenemos que decir a nuestros conciudadanos: ¡Venezolanos, el Estado no existe! ¡Reconstruyámoslo! Delenda est Dictatura.
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Aclaro que, nada de lo anterior es mío, ni es actual. Son fragmentos, más o menos retocados, del notable artículo El error Berenguer, de Ortega y Gasset, a cuya memoria presento  disculpas por mis intromisiones. El brillante texto apareció en noviembre de 1930 y tuvo enormes resonancias. La última frase de Ortega (en realidad, “Delenda est Monarchia”) es una cita ligeramente modificada de Catón el Viejo: “Carthago est delenda” (“Cartago debe ser destruida”). Tres meses después de su publicación en El Sol, Berenguer presentó su dimisión y unos días más tarde, en abril, el pueblo español, mediante elecciones, cumplió con el llamado y el Rey se fue al exilio.  

Mío es, por supuesto, el juego de poner “Venezuela” y “venezolanos” donde decía   “España” y “españoles”, así como cambiarle el apellido a Berenguer, intercambiar (no siempre) los vocablos “Dictadura” y “Revolución”, modificar el número de habitantes, interpolar párrafos y algún otro detalle propio de esas lecturas asociativas y libres que a veces uno se permite. Creo que ésta puedo compartirla, como juego, claro,  y quizá también, como triste alegoría.  

Una última cosa: pienso, con dolor, que nuestro país está tan mal, que no parece posible una dimisión como la de Berenguer. Y lo peor: si hubiese un intelectual respetado por la mayoría, y capaz de decirnos -mutatis mutandis- algo semejante a lo de Ortega, no lo escucharíamos.
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