viernes, 3 de junio de 2016

El infierno que habitamos


Italo Calvino, paseando con un niño
 
De vez en cuando vuelvo a Calvino y a las “ciudades invisibles”. Hoy, buscando su diario norteamericano, para referirlo un día de estos en el taller, me fui hasta Berenice y leí aquello de las ciudades diferentes que se suceden en una misma, y que, son, alternativamente, justas e injustas. Pasé la página para leer lo que buscaba. ¿Cómo resistir, aquí y ahora, la tentación de citar las famosas palabras de Marco Polo al final del fascinante libro?: 

El infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es aquel que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer y quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio

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