Cornelio Agrippa
Mañana lluviosa. Sigo con la relectura del libro
de Culianu sobre el renacimiento. Por más académica que haya sido su búsqueda,
los temas abordados en el libro (Eros y magia), sin duda, apasionaban a
Culianu. Cada personaje (Ficino, Bruno, Agrippa) parece fascinarlo. Al conocer
algunas experiencias vividas por el autor, comprendemos mejor su elección de
los temas, así como el profundo nexo espiritual que revela con los mismos.
Estudioso y pensador de las religiones,
discípulo de Eliade, destacado profesor en la Universidad de Chicago, Ioan
Culianu, llegó a ser muy pronto una celebridad. Poco después de su trágica
muerte (1991), Umberto Eco declaró que “para la generación más joven de
Rumanía, Culianu se había convertido en un mito, o quizás en un símbolo
político”.
Recuerdo haber leído el libro de Ted Anton,
titulado El caso del profesor Culianu como si fuese una novela de
misterio y magia. En esos días su figura me atrapó y busqué (y leí) con avidez Eros
y magia en el Renacimiento (Siruela, 1999). En el ejemplar que me tocó
dejé “subrayada” parte de esa febril lectura. Ahora estoy justo en la página
referida a Cornelio Agrippa y su tesis sobre los méritos del asno. Leo de nuevo
la cita en la que se apoyó Culianu para ilustrar el punto:
“Y que no
se me critique por haber dicho a propósito de los apóstoles que son unos asnos.
Quiero explicar los misteriosos méritos del asno. A ojos de los doctores
hebreos, el asno es el emblema de la fuerza y del coraje. Posee todas las
cualidades que necesita un discípulo de la verdad, se contenta con poco,
soporta el hambre y los golpes. Simple de espíritu, no distinguiría una lechuga
de un cardo; ama la paz, soporta las cargas. Un asno salvó a Mario, perseguido
por Sila. El filósofo Apuleyo, si no se hubiera transformado en asno, jamás
hubiera sido admitido en los misterios de Isis. El asno sirvió para el triunfo
de Cristo; el asno supo ver el ángel que no veía Balaam. La mandíbula del asno
proporcionó a Sansón un arma victoriosa. Jamás animal alguno ha tenido el honor
de resucitar de entre los muertos, excepto el asno, a quien san Germán devolvió
la vida, y esto es suficiente para probar que después de esta vida el asno
tendrá su parte de inmmortalidad”.
Comenta Culianu que ese pasaje revela la
tradición cristiana en la que seguramente se inspiró Robert Bresson “al filmar
la película Au hasard Balthazar”. Pero también añadió que muchos momentos
de la vida de Agrippa desmienten “su propio ideal de simplicidad de espíritu”,
al recordar que durante su juventud “formó parte de una sociedad secreta con
sus colegas de la Sorbona que practicaban la alquimia” y que en España fue un
exitoso pirotécnico. Culianu nutre de datos el curriculum de Agrippa: “Había
estudiado ciencias ocultas y profesado –fingiendo títulos que no poseía- los
oficios de consejero jurídico y de médico, era un apasionado de la cultura, y
en consecuencia se situaba en las antípodas del asno”. Y hay más, como apunta
Culianu:
“En 1519
era consejero asalariado en la localidad de Metz, donde, entre otros, se ganó
el odio del inquisidor por haber intervenido con todas sus fuerzas en defensa
de una supuesta bruja del pueblo de Woippy. Por otro lado, no dudó en abandonar
esta sinecura bastante sólida, para querellarse con el prior de los dominicos
sobre la cuestión –defendida por Lefèvre d’ Estaples- de la monogamia de Santa
Ana”.
Y termina el profesor trazando la silueta de un
hombre a medio camino entre las viejas magias y las ciencias del Renacimiento.
Mutatis mutandis, ¿no viviría Culianu una ambigüedad semejante?
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