Sertón. Vaquero. Foto de Araquém Alcántara.
La primera vez que la leí
fue en un artículo de Alejo Carpentier. La citaba como ejemplo de estilo
impecable y natural, contrastándola con la escritura de algunos autores “correctos”,
pero desmañados. Me refiero a la carta de aquel vaquero de Canudos, quien, al
finalizar el invierno, se dirige a su patrón para darle cuenta del trabajo con las
nuevas cabezas del rebaño.
“Hay hombres que nacen
con su estilo a cuestas”, dice Carpentier y resalta “la nobleza del tono y el
rústico vigor de las imágenes” que encuentra en esa breve carta del sertanejo:
Euclides da Cunha (a
quien debe Carpentier el formidable ejemplo) advirtió la sustitución de la
fórmula de despedida “su seguro servidor”, por una expresión más íntima: “su
amigo y vaquero”. También ahí está la nobleza, que dice Carpentier. La copio:
Patrón y amigo: le participo que la boyada cayó en el
despotismo. Sólo cuatro reses entregaron el cuero a las varas. El resto atronó
en el mundón. Su amigo y vaquero (Aquí, la firma).
Todo el desastre quedó
estampado en esas líneas. Tres palabras le bastaron al autor de Los
sertones para referirlas: “Una alarmante concisión”.
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