Fidelio Ponce de Leon, Cinco mujeres, 1941
Mientras Rupert Cadell disfruta del postre, Mrs.
Wilson se queja del cambio que sus jefes hicieron para la fiesta de esa noche.
Ella había dejado puesta la mesa, y al retornar a casa encontró que todo
(comida, bebidas, platos, cubiertos, candelabros) estaba en un lugar nada
apropiado: un baúl en el que los dueños del apartamento guardaban libros. Sin
querer, Mrs. Wilson le revela al sagaz profesor Cadell detalles que lo ayudarán
a descifrar lo ocurrido allí unas horas antes. Al fondo, podemos apreciar un cuadro.
Es una obra del pintor cubano Fidelio Ponce de Leon, cuyas figuras, según
Lezama Lima, poseen “actitudes de asomos sugerentes” y “desapariciones
letales”. Esta última expresión se aviene, por cierto, con lo que ya se imagina
el suspicaz personaje encarnado por James Stewart, quien sigue con su helado y
oye con interés indagatorio el relato de la señora Wilson (Edith Evanson).
La escena corresponde a La soga (1948), rodada
por Hitchcock en un único escenario y en la cual demostró ser un maestro del
plano secuencia y de otras sutilezas técnicas.
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Guillermo Cabrera Infante, en uno de los ensayos
de Mea Cuba, se refirió a Fidelio Ponce de León y al cuadro de “La soga”, en
estos términos, totalmente “cabrerainfantescos”:
“Una de sus mejores telas cuelga para siempre en
la pared de un elegante (y falso) piso de un Nueva York ilusorio, desde donde
domina el escenario único de La soga, la famosa película de Hitchcock. Ponce,
que se pasaba la vida preguntando a los amigos y enemigos ‘¿Me conocen de verdad
en París?’, nunca vio la cinta. Murió, tuberculoso y en la indigencia, antes de
que La Soga se estrenara en La Habana…”.
Lezama calificó a Fidelio como un pintor de
sombras. Hoy, que volví a ver “La soga”, estuve pendiente de Fidelio y busqué
después algunas reproducciones de sus cuadros.
Creo que tenía razón Lezama, quien fue “el mejor crítico
de arte del grupo Orígenes”, al decir de Prats Sariol y de José Jiménez.
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