Velázquez. Cristo de San Plácido. Detalle
Seis
de la mañana. Guacharacas. Se nombran ellas mismas.
Fernando
González me regala una maravillosa página de Viernes Santo. Está en Antioquia.
Narra en ella la visita a la iglesia para ver las imágenes y detallarlas. Lo
acompaña un experto que le va explicando la historia de cada una, aunque el
verdadero interés de Fernando es averiguar algo de la aparición que tuvo en la
carretera la noche anterior: el Jesús cabezón “que trajeron de Francia” lo
detuvo en el camino y le reclamó el haber hecho caso omiso de su llamado a
predicar el sermón de la soledad el Viernes Santo. Asustado, Fernando se fue a
su casa y antes de acostarse le dijo a su mujer que se pondría a escribir los
sermones de la soledad. Por eso está hoy en el templo, con el firme propósito de
concluir la Semana Santa “en calidad de predicador” y superar su condición de
príncipe frustrado de la Iglesia.
Tras
la descripción que Francisco (el experto en imágenes) le hace de la escultura
del Judas, González queda asombrado por la genialidad del escultor Álvaro
Carvajal y le dan ganas de “ir a abrazar a los Carvajales de Envigado, entre
los cuales “hay muchos grandes hombres incomprendidos”. Francisco le había
hecho notar que el Judas tiene “la pupila izquierda más dilatada, que padece de
iritis” y que “la expresión de los ojos es soberbia”. Algo así, como los signos
de la traición descubiertos por el artista.
Cuando
llegan al Señor Portador de la Cruz, el mismo que se le apareció anoche a
Fernando, el técnico le informa que la escultura es obra francesa, pero eso no
lo cree el genio de Envigado. Corrijo. Sí lo cree, pero advierte: “Aunque sea
así, así no es. Ese Señor es de don Álvaro Carvajal”. Ya la mesa está servida
para lo que sigue, pura muestra de palabra fernandina, del novelista, en sus sermones,
en sus crónicas y en todo, tanto como en su vida:
“Muchos ruanetas dizque afirman que estas
imágenes no son de Misael y de don Álvaro. ¡Qué desgracia ésta de escribir para
colombianos! ¿Ignoran que Envigado vale y es capital espiritual de Colombia, a
causa del artista? Éste crea la verdad. ¿Qué sería de Envigado, sin nosotros?
Don Álvaro, Misael y yo lo hemos creado. Los ‘santos’ son todos hechos por
imagineros envigadeños porque así lo exige la fuerza creadora que actúa en mí.
El padre Mejía es un grande hombre porque así lo quiere el que me incita a crear.
Envigado es capital porque así lo exige aquel que se mueve. Colombia no existe
sino a causa de nosotros los imagineros; sin nuestro arte, podría desaparecer y
nadie se daría cuenta de ello; ni siquiera subiría el precio del café. ‘Poncio
Pilatos envigadeño’ no existe sino a causa del creador. ¿O creéis que los
sermones son de vuestro padre Ocampo? Si en alguna parte existe la verdadera
propiedad es en el artista. ¿Creéis que don Don Quijote vivió fuera de
Cervantes? ¡Pueblo inmundo, humus de humanidad, olayista! ¡Adiós pueblo, hijo
mío!...
El Crucificado es obra maestra. Es el carácter divino.
La cabeza caída a la derecha; el cuerpo echado para la izquierda; los músculos
de las pantorrillas recogidos en nudos, acalambrados. La corona, las facciones
y, sobre todo, frente, nariz y párpados son iguales en arte a lo mejor de
Grecia. Esta obra, junto la Cruz, incomparable, digan lo que dijeren los
historiógrafos es de autor envigadeño, anónimo, anterior a Misael…
(…)
El Señor Caído. ¡Ese no! Es de autor medellinense…”
Sin
duda, González no gustaba de la exageración en la escultura. Con acierto, la reservaba para
sí algunas veces.
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Dejo
a González y voy por Unamuno:
“…Y
llueve sangre/ de las manos de Cristo taladradas”
En
ellas, diría González, podemos aprender mesura.
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