martes, 20 de septiembre de 2016

Aves alarmadas

Rómulo Gallegos

Cinco de la mañana. Amanece. En el monte ribereño inician las chenchenas su canto desapacible, pero acá no hay nadie que despierte con conciencia ausente del sitio donde se halla. Quien acá despierta se encuentra con Gallegos en la memoria. Abre Cantaclaro y lee:

“-¿Cómo se siente catire? –pregúntale Juan Parao, que ha velado junto a la hamaca donde él reposa.

-Sabrosito. Como si me hubieran dado una paliza con todos los palos del monte.

-¿Y a eso lo llama usté sentirse sabrosito? Usté como que ni sus males los toma en serio”.

Poco después vendrá el café y comenzará “aquella esgrima de reticencias con que los llaneros se entienden cuando no quieren o no pueden explicarse”.

Florentino, consciente de esa práctica, sonríe, mientras vierte café caliente sobre el plato. Bebe.
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No hace mucho mi cuñado Roberto me dijo de memoria ese amanecer galleguiano y me habló de las chenchenas. Me dijo que al oírlas por vez primera comprendió lo bien que a su canto les calza la palabra “desapacible”. Es un canto de aves alarmadas, añadió.
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Pensando en lo que ahora nos pasa, me pregunto: ¿no será que perdimos nuestra capacidad de alarmarnos?
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Gallegos: "Amanece. En el monte ribereño inician las chenchenas su canto desapacible. Florentino despierta, con conciencia ausente del sitio donde se halla".


Lo dejo así, como metáfora.

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