Virginia Woolf en 1938. Foto de Barbara Strachey
Una piedra de toque para el machismo (embozado o
no) que escuché antenoche, me hizo pensar en la permanente actualidad de sus
ensayos sobre el tema. Desplazarlo hacia lo superficial (lo siguen haciendo
algunos) sería tapar el sol con un dedo: enfrente estaba por vez primera una
mujer ocupando esa tribuna. ¿Entonces? Que los togados de Oxbridge, únicos que
podían “pisar la grama” y “escandalizarse” por las supuestas banalidades,
ocluyan el maltrato. La escritora no, y muchos de sus lectores (me incluyo),
tampoco. Así empezó su conferencia:
“Pero, me
diréis, le hemos pedido que nos hable de las mujeres y la novela. ¿Qué tiene
esto que ver con una habitación propia? Intentaré explicarme. Cuando me
pedisteis que hablara de las mujeres y la novela, me senté a orillas de un río
y me puse a pensar qué significarían esas palabras. Quizás implicaban
sencillamente unas cuantas observaciones sobre Fanny Burney; algunas más sobre
Jane Austen; un tributo a las Brontë y un esbozo de la rectoría de Haworth bajo
la nieve; algunas agudezas, de ser posible, sobre Miss Mitford; una alusión respetuosa
a George Eliot; una referencia a Mrs. Gaskell y esto habría bastado. Pero,
pensándolo mejor, estas palabras no me parecieron tan sencillas”.
De inmediato entró al fondo del asunto y a
riesgo de que la llamaran “banal”, demandó con absoluta claridad la habitación
propia que les habían negado a las mujeres. Más adelante se refirió a ciertos
políticos o pretendidos tales, duchos en la práctica de “agrandarse” a costa de
considerar “inferiores” a los otros.
En eso, y en todo, su conferencia tiene todavía beligerancia.
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