Karl Kraus por Oskar Kokoschka
Jesús Aguirre ya era
duque de Alba y con ese título firma en Liria, en enero de 1982, el prólogo de
la edición castellana de Pro domo et mundo, que él mismo
había traducido y preparado. En las primeras líneas dice con orgullo que Taurus
(la dirigía desde que colgó sus hábitos jesuíticos) publicó La
Viena de Wittgenstein (1974), de Janik y Toulmin, muy poco después de
que en Estados Unidos “viese la luz la edición original” (1973). La mención es
para informar que ese libro fue el primero de una línea de trabajo: publicar
obras de los nombres más notables del “bullicio creativo” de esa Viena, entre
los cuales, el de Karl Kraus es el de “un gran ministro, mejor dicho, maestro,
que (…) une y divide, anima y escarnece, frecuenta y esquiva” a todos los
demás. Léase: “Mahler, Freud, Loos, Hofmannsthal, Trakl, Wittgenstein,
Schönberg, Kokoschka, Schnitzler, Berg, Rilke, Wedeking, Strindberg et allii”.
Para Pro
domo et mundo en español Aguirre prefirió otro nombre. Retocó el de una
de sus secciones y lo bautizó Contra los periodistas y otros contras.
En el prólogo nos ubica en Kraus y en su época. Lo hace con admirable elegancia
y precisión. Para destacar el respeto y el cariño que hacia Kraus tuvieron
otros grandes, refiere cosas como estas:
En 1914 Wittgenstein renuncia a cien mil coronas de oro,
heredadas de su padre, en favor de escritores menesterosos. El albacea que
escoge para distribuir su donación es Ficker, un intelectual de Innsbruck, a
quien el filósofo conoce poco. ¿La razón?: ‘por lo bueno que Kraus ha escrito
sobre usted y por lo que usted ha escrito de bueno sobre Kraus’. Los
beneficiarios del dinero, coronados por tanto, ya que de coronas se trataba,
fueron Rilke y Trakl. No siempre las parcas tejen con hilo negro. Trakl, el
poeta de los azules y del incesto, publica algunos versos, por recomendación de
Kraus, en una prestigiosa colección que dirge Franz Werfel, y retira otros de
cierta revista porque su director se enemista con Kraus. En 1912 dedica a éste
un salmo y en 1913 el siguiente poema:
Karl Kraus. Albo Sumo Pontífice de la verdad,
voz de cristal, en la
cual de Dios vive el hálito glacial,
mago encolerizados,
bajo cuyo manto resuena la azul
coraza del guerrero.
De seguidas Aguirre
aprovecha para recordar que el corazón de Karl Kraus no lo ocupaba nada más la
sátira contra los impostores, y que en él había también bastante espacio para
los afectos, y para admirar a quienes fracasaban injustamente porque su
genialidad sólo sería reconocida en otros tiempos.
En el entretenido
prólogo, “mezcla de vagabundeo y método” (Eugenio d’ Ors dixit), el duque habla
de los amores de Kraus y refiere el que muy discretamente mantuvo con la baronesa
Sidonia Nádherný von Borutin, por la cual –supone- tuvo con Rilke una leve e
inconsciente rivalidad. “Lo cierto –añade Aguirre- es que Kraus, que sabía lo
que pasaba y lo que no llegó a pasar, llamaba a Rilke por su segundo nombre:
“la María”.
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Volvamos a Karl Kraus,
quen hoy sería un temible usuario del Twitter. Los intolerantes que nunca
faltan seguramente lo llamarían “guerrero del teclado”. Sin nombrarlo, por
supuesto.
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Veo el retrato que le
hizo Oskar Kokoschka y leo:
“Kokoschka me ha hecho
un retrato. Bien está que no me reconozcan los que me conocen. Pero seguro que
me reconocerán quienes no me conozcan”.
Muy grata glosa, Freddy. Totalmente de acuerdo. Karl Kraus sería un “guerrero del teclado”
ResponderBorrarGracias, querido Luis. Quienes, como tú, navegan a contracorriente, lo son. Abrazos.
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